Por: Santiago Fontes
En las vías del tren de Ferromex, trazadas entre los destinos de Guaymas, Nogales y Mexicali, reside una comunidad invisible. Las líneas de acero, más allá de transportar mercancías, se han convertido en el hogar y refugio de aquellos que la sociedad ha abandonado.
Aunque es complicado saber con exactitud la proporción de personas en situación de calle, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) calcula que en 2020 este número era de 5,700 personas en el país. A principios de 2023, un censo realizado por el DIF Hermosillo identificó aproximadamente 830 personas viviendo en estas condiciones.
No existe una única causa que orille a las personas a vivir en la calle. El análisis de la situación se debe realizar de forma individual y depender del contexto personal de cada uno. Lo que para algunos es una elección en busca de libertad, para otros es una consecuencia de la falta de opciones.
Los prejuicios sociales hacia este grupo demográfico impiden el entendimiento de su realidad, adjudicando su situación solamente a sus malas decisiones. Sin embargo, factores como un entorno familiar tóxico, desigualdad educativa, problemas con adicciones y desplazamientos forzados a causa de la violencia o desastres naturales influyen en sus historias.
Pedro, quien a sus 17 años migró a Texas por Piedras Negras, cruzando el Río Bravo “cuando aún se podía”, fue deportado hace siete años, durante el gobierno de Obama, y regresó a su Guerrero natal. Lleva diez días viviendo en las vías, esperando que le entreguen su INE. Como estaba próxima a vencer, la entregó para renovarla. Cuando la reciba, se dirigirá a Mexicali, donde vive su tío, quien le dice que hay mucho trabajo debido a la falta de trabajadores a causa de las altas temperaturas en la región. “Ahí ya se han muerto algunos, por la cruda del vino y el sol”, comenta.
Los pocos días que lleva en Hermosillo han sido toda una odisea. La semana pasada le tocó ver cómo la policía se llevaba el cuerpo de un señor que llevaba días fallecido y abandonado, con el rostro irreconocible debido a los animales carroñeros.
Cuenta que el lunes 8 de julio, un grupo de migrantes provenientes de Sudán fue perseguido por elementos de la Guardia Nacional y la “migra” por dos horas, quienes lograron capturar a todos menos a uno. Uno de loscapturados sufrió una lesión en la rodilla a media persecución y su cabeza se impactó con los rieles.
—¿Cuántos viven en las vías? —le pregunto.
—Alrededor de 80 personas, pero ya no se sabe. De lo que he visto y lo que me cuentan, la policía municipal se los está llevando al sur, otros huyen porque tienen miedo.
Jesús Rodríguez González, coordinador de Programas y Proyectos adscrito a Ipama y Salud Municipal, declaró a un medio de comunicación de Sinaloa a inicios del año que la mayoría de las personas que deambulan en el centro de Los Mochis son de Sonora. Añade que cuenta con quejas de ciudadanos que señalan que, periódicamente, un camión procedente de Sonora llega y abandona a personas en situación de calle.
—Me taparon los ojos, me subieron a golpes al camión —dice Javier, quien lleva más de tres años viviendo en las vías.
—Como que rentan los camiones de los Avilés —interrumpe otro.
—¿Cada cuánto tiempo vienen? —les pregunto. Son cuatro personas.
—Cada fin de mes vienen dos camiones, llevan dos años haciéndolo — contesta Javier.
A Javier lo han “subido” dos veces. Cuenta que los van repartiendo desde Empalme, a él lo dejaron en Navojoa. Gracias a que cuenta con su credencial de elector, se pudo presentar al DIF y regresar en camión. “Pero a los que tienen problemas en la mente no regresan”, dice.
—Tiene que haber razón de por qué nos llevan, eso ha de ser ilegal, en ningún otro lugar hacen eso. Quién sabe qué traerán aquí en Hermosillo. Son bien déspotas los ‘policholos’ —agrega.
Jesús “el Barbas”, originario de Villa Juárez, Culiacán, lleva un año durmiendo en el lugar.
—Cuando me subieron, me esposaron con un compa y él les decía “yo ya sé pa’ dónde nos llevan” y ellos le contestaban “cállese hijo de su puta madre”, nomás veía cómo le pegaban.
Reclama que las autoridades les quitaron lo poco que tenían y los abandonaron en Guaymas, en la noche. Tuvieron que esperar el tren y subirse.
Están desesperados por esta situación. El miércoles pasado se llevaron a uno de ellos y no ha regresado.
—¡¿El Mono está perdido?! —pregunta desesperado uno.
—Sí, se lo llevaron con el “Caritas”, pero a él sí lo dejaron irse —dice Jesús.
Estos operativos y la constante amenaza de ser desplazados son una parte de la realidad de estas personas. Muchas de ellas son contratadas para trabajos temporales e informales. “Lo que caiga, compa”, me dice un morador. Dependiendo de la temporada, contratan a gente de las vías para trabajos de jardinería, construcción y agricultura.
—Nos traen dando vueltas sin comer, sin agua, sin nada. Mejor me vengo aquí [apunta al comedor].
Los contratistas, abusando de su condición, los exponen a jornadas laborales largas y sin brindarles los servicios básicos.Estos tipos de abusos se permiten debido a la escasez de acceso al trabajo formal. La falta de identificación oficial (en México hay 841,470 personas sin su credencial de votar vigente) limita el acceso a trabajos con un salario digno.
Cuando no están fuera por trabajo, acuden al Comedor Humanitario 25,35. Ahí, entre semana, les brindan comida, servicio médico y ropa a aproximadamente 85 personas, ya sean en situación de calle, migrantes o trabajadores de la zona.
Sin el apoyo de estas organizaciones humanitarias, las personas en situación de calle quedarían relegadas al olvido por parte de las autoridades y la indiferencia de la sociedad.