El crimen organizado busca soldados en todos los rincones. La carne de cañón les resulta indispensable para disputar territorios y generar volumen de guerra; sus elementos suelen ser tan desechables y efímeros que importa cada vez menos su origen, antecedentes, incluso su edad.
Niños soldados, el oxímoron perfecto. La pérdida de la inocencia a través de la droga, de las balas, de la podredumbre a la que son sometidos miles de niños anualmente en el país, es parte del drama de México.
La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) considera que entre 125 y 250 mil menores de edad se encuentran en riesgo de ser reclutados por un cártel en cualquier momento, por lo que resulta preponderante actuar.
De hecho, de acuerdo a los estudios al respecto, el problema podría extenderse hasta los cuatro millones de víctimas, pues su potencial de serlo se basa en varias condiciones de vulnerabilidad.
Riesgos
La organización Cauce Ciudadano ha detallado que los jóvenes que terminan enrolados en los grupos criminales lo hacen por tratarse de personas con altos índices de vulnerabilidad; de entrada, las condiciones en que viven no son las mejores, lo que suele orillarles a abandonar los estudios y pasar el mayor tiempo en la calle.
Los entornos violentos, algo común en zonas densamente pobladas y poco atendidas por las autoridades, suelen ser el entorno de los niños que acaban trabajando para las células criminales.
REDIM calcula que, en los últimos veinte años, al menos 22 mil menores fueron asesinados y casi ocho mil se encuentran desaparecidos; por su parte, la red Inserta, que ha investigado el tema durante varios años, pone entre los 12 y 15 años la edad promedio en que los niños comienzan a formar parte del crimen.
La investigación de Inserta, que logró entrevistar a menores narcotraficantes, detalla que todos ellos (90 entrevistados), habían abandonado la escuela y su llegada a las filas de los grupos se dio por el consumo de drogas.
De las drogas pasan a fungir como ‘halcones’, vendedores de estupefacientes y sicarios; los que sobreviven llegan a alcanzar algunas posiciones de mando, cada vez más deshumanizadas.
“Es claramente la vinculación de todos estos factores lo que facilita que ellos se involucren o que sean reclutados. Cuando observas el pasado de los chicos, ves que no ha sido una decisión propia, sino que hay un ambiente que lo marca, toda una necesidad para cubrir cuestiones económicas o alimenticias”, explica la investigadora Marina Flores Camargo.
El análisis de REDIM explica que el abandono del estudio, la falta de oportunidades laborales y las amenazas del entorno son los aspectos que condicionan este drama social.
“Una vez que te sientas a escuchar su historia, te das cuenta de que no es una cuestión de que estos niños sean malvados. Comprendes la trayectoria de la persona, qué le llevo a hacer lo que hizo. No justificamos el delito, intentamos entender. Ellos son como el último eslabón de la cadena, pero antes de que lo cometieran, las instituciones, el Estado, la sociedad, quienes estamos de testigo, les hemos fallado”, dice Paulina Carranco, de Inserta.
Dolor local
En Sonora, los datos no son alentadores. De entrada, las organizaciones civiles estiman que hay 87,964 niños vulnerables, que podrían ser atraídos por el narcotráfico, lo que equivale al 2.2% nacional, pero al 10% del total de la población infantil en el estado.
Acorde al último censo sobre el tema, Sonora tiene 154 menores en calidad de desaparecidos, 18 han sido asesinados y cinco secuestrados; en las cárceles o centros especializados hay 318, la segunda cantidad más alta del país.
Fuente: Tribuna