A fines de la cuaresma de 1954 cundió en todas las aulas escolares del Estado, una heroica tragedia de una profesora de la Etchojoa, a quien nos la pusieron de ejemplo en los planteles. El relato lo hace una testigo, Julieta Ramírez (hoy señora de Urrea), entonces niña de 6 años de edad, que logró ser salvada por la Maestra minutos antes de su hundimiento en las aguas del río mayo.
Rafaela Rodríguez Sanders
“Fala” -hermana del profesor y promotor cultural Manuel de Jesús Carrillo-, nació el 24 de octubre de 1927 en Acaponeta, Nayarit, vivió en Hermosillo con su mamá, por la antigua y hermosa Calle del Carmen (hoy No Reelección) y Juárez, estudió en la Escuela Rébsamen, laboró allí mismo y en la Escuela Heriberto Aja y en planteles de Sonoyta, Carbó, Querobabi, Luis B. Sánchez y Nacozari.
Madre soltera de un niño (+) procreado con un joven de apellido Grijalva, había dejado a su hijo al cuidado de su propia progenitora, para irse trabajar a la Primaria“Gral. Ignacio Zaragoza”, de Etchojoa, a cargo del grupo de primer año. Vivió primero sola en una modesta casa de renta y después invitada a hospedarse al hogar de la niña Julieta.
El domingo 14 de marzo de 1954, después de acudir a misa, la profesora invitó a un grupo de alumnas a paseo al río.
Julieta recuerda:
“La alegría inundaba mi corazón al encaminarnos al paseo que prometía ser inolvidable. A pesar de que mi mamá no tuvo tiempo de prepararme el lunch, no me preocupaba, sabía que estando con mi señorita, de ninguna manera pasaría hambre; ella había ofrecido compartir conmigo su almuerzo. Llevaba una bolsita de estraza con unos panecillos rojos, entre otras cosas. Llegar al río y empezar a necear por meternos al agua, fue sólo una cosa: en el total olvido quedaban las promesas ofrecidas a cambio del permiso obtenido de no meterme al agua.
“La señorita trató de convencerme de que me mantuviera en la orilla, pero yo -niña al fin y al cabo- insistí para meterme junto con mis compañeritas, éramos cinco. Ante los lloriqueos, ella accedió, pero recién iba entrando al agua, empecé a sentir cómo mis pies se hundían de manera extraña en unas hondanadas. Las niñas que entraron primero, gritaban desesperadamente por ayuda, para salir de aquella trampa que el río nos había tendido; la profesora, sin pensarlo siquiera, se lanzó rápidamente en nuestro auxilio; a mí fue a la primera que sacó -quizá porque era la que estaba más cerca de la orilla-; alcanzó a ayudar a otra niña -una aún no se metía-. Una más recuerdo que salió por sí sola, arrojando agua por la boca y nariz, vomitando. Pero el río cobró dos víctimas: la profesora, que prefirió ofrendar su vida antes que salir dejando a la última de las alumnas que quedaba, perdiéndose ambas en la profundidad, ante nuestros aterrados ojos infantiles.
“…Tomé la bolsita de su lunch y echamos a correr hacia el pueblo, para dar aviso de lo que estaba pasando y solicitar ayuda. Nos encontramos con un señor que pastoreaba, quien al escuchar nuestro relato, alcanzó a decir: “No, pues la profesora ya debe estar muerta”. Sin dar crédito a sus palabras -temiendo lo peor-, llegué, no a mi casa, sino hasta la casita que ella habitaba, en donde permanecí sola viendo la bolsita de la cual compartiríamos el alimento, sin atinar a hacer otra cosa. Pasaron no sé si horas o minutos -el tiempo parecía haberse detenido-, tomé camino a casa, en donde todo era angustia, pensaban que yo me había ahogado, ya que no me encontraban. Y el momento de la sepultura llegó, a la señorita la velaron en la escuela. Al principio no me permitieron asistir, pero mi mamá accedió, sólo para despedirme de mi adorada profesora. …”.
El 25 de junio siguiente
El Comité ejecutivo de la entonces Federación Estatal de Maestros de Sonora FEMS le erigió un busto en la “Casa del Maestro”, develado por el Gobernador Ignacio Soto (¿dónde quedaría?). El Presidente Ruiz Cortines le entregó, post mortem, la Medalla Ignacio Manuel Altamirano. Una excelente columna “Hechos y Palabras” le dedicó el honesto y apreciable periodista Abelardo Casanova.
Una escuela y la mitad del bulevar principal de Etchojoa llevan su nombre. (La mitad, porque a la otra mitad, recientemente, le pusieron el nombre del ex rector de la Universidad de Sonora Jorge Luis Ibarra Mendívil, oriundo de ese municipio.)
También su nombre lo lleva una calle de Hermosillo, que atraviesa las Colonias Balderrama y Olivares, ¿sabrán sus vecinos quién fue?
Su tumba -con el epitafio “Valor y abnegación”- estaba polvorienta y olvidada, en el Panteón Yáñez de Hermosillo, Sonora. Recientemente, el H. Ayuntamiento de Etchojoa, con la aprobación del hermano de la mentora, trasladó sus restos al monumento en Etchojoa. En Hermosillo, ¿nunca le dimos su importancia?
La Secretaría de Educación y Cultura, el SNTE, el Ayuntamiento de la ciudad, los medios y la sociedad –ante tanta y deprimente ausencia de auténticos valores-, le debían una reivindicación a su pedagógica memoria.