El impacto de la pandemia de coronavirus no sólo alcanza al sistema de salud, sino también al educativo: en México, 628 mil niños y jóvenes de 6 a 17 años de edad abandonarán los estudios, sobre todo por dos razones: la crisis económica que disminuye los ingresos de las familias y la falta de condiciones para el aprendizaje a través de la educación no presencial.
Esta es una de las conclusiones del análisis “Los costos educativos de la crisis sanitaria en América Latina y el Caribe”, realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que calculó la deserción escolar adicional a la esperada según la tendencia en 18 países. Es decir, otro efecto de la COVID que, en este caso, significará un retroceso de casi una década.
Hasta 2017, alrededor de 30% de los jóvenes entre 15 y 17 años estaba fuera de la escuela en México. Y sólo 7 de cada 10 estudiantes que ingresaban al nivel medio superior terminaban en el tiempo reglamentario, de acuerdo con datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).
Sólo de este nivel, hasta 2018 se estimaba que cada año más de 600 mil jóvenes abandonaban el bachillerato, lo que colocaba a México como uno de los países con las tasas de deserción más altas de Latinoamérica. Con la pandemia, esa tendencia aumentará.
México, es el segundo país que tras la pandemia tendrá el mayor abandono escolar entre los 6 y 17 años, según cálculos del BID. 16% de quien deje la escuela lo hará por motivos económicos, mientras que 9% lo hará por razones académicas. “En el caso de México la influencia de la caída del PIB es determinante”, dice el estudio.
En tanto, a nivel regional, 1.2 millones de personas en edad escolar saldría del sistema educativo a consecuencia de la pandemia, de ellos, 7% lo hará por razones económicas y 9% por académicas.
Si bien la región había avanzado en la escolaridad de sus habitantes con tendencias favorables, la pandemia ocasionará que “la región pierda 67% de lo ganado en materia de incremento en asistencia escolar del grupo de 15 a 17 años a lo largo de la última década”.
Esto significará que “en lugar de una tasa esperada de exclusión educativa del 18% para este grupo de edad en 2020, estimamos que el porcentaje de exclusión será de 22%, en promedio, regresando a niveles observados en 2012. Es decir, casi una década perdida”, afirman los investigadores.
Pero la afectación podría ser aún mayor, pues el efecto económico podría “perdurar mucho más en el tiempo, porque la recuperación del PIB (ingresos y desempleo) puede que no ocurra en el corto plazo”.
Sin embargo, la estimación del BID es conservadora. La propia proyección de la SEP anunciada en junio pasado era que 800 mil alumnos de tercero de secundaria no se inscribirían a media superior para el ciclo escolar 2020-2021. Mientras que en agosto, la SEP informó que 10% de los estudiantes de nivel básico y el 8% de nivel superior abandonaron sus estudios a causa de la pandemia de coronavirus.
Alma Maldonado, investigadora del CINVESTAV-IPN, advierte que es necesario que la SEP de a conocer los datos y, sobre todo, emprenda una estrategia para retener a los estudiantes, pues hasta el momento “no hay esfuerzo integral para evitar que haya alta deserción en el sistema educativo”.
“No hay datos, no hay programas serios de detección de estudiantes vulnerables o en situaciones difíciles. Es una gran ausencia del sistema educativo y conforme más tiempo pase, va a ser más grave la desconexión, la falta de comunicación con gran cantidad de estudiantes”, dice en entrevista.
De acuerdo con sus cálculos, a nivel superior habría entre un 20% a 25% que dejaría de estudiar a raíz de la pandemia, lo que podría significar 800 mil jóvenes.
Las razones académicas
De acuerdo con el BID, otro factor para el abandono es la “dificultad” de adaptación a las modalidades de enseñanza remota no presenciales. De ahí que por carecer de las condiciones mínimas para el aprendizaje educación a distancia, al menos 600 mil alumnas y alumnos dejarían sus estudios en América Latina y el Caribe, adicionales al número previsto sin pandemia.
Sus proyecciones determinan que el nivel educativo con mayor afectación es el de educación media superior y la clase social que registraría mayor abandono por estas causas es la “media vulnerable”.
Para determinar este efecto potencial de exclusión educativa, los investigadores tomaron el porcentaje de personas en edad escolar en cada clase social que vive en hogares que carecen simultáneamente de computadora, acceso a internet, y televisor; que tienen más de 3 personas en edad escolar en la familia, y cuya cabeza de familia tiene un nivel educativo máximo de educación primaria completa.
También analizaron las condiciones del sistema educativo en el que cada país recibió la pandemia con base en cinco indicadores: conectividad en las escuelas, plataformas digitales, tutoría virtual, paquete de recursos digitales y repositorio de contenido digital.
Entre los países analizados, sólo Uruguay tuvo los cinco componentes en la categoría de “más establecido”, seguido de Barbaos y Chile con tres categorías en ese nivel.
México, en cambio, tiene cuatro categorías en el otro extremo calificadas como “menos establecido” y sólo el repositorio de contenido digital como “más establecido”, lo que se considera como una condición “no óptima”.
Para contrarrestar este panorama, la Secretaría de Educación Pública puso en marcha la estrategia “Aprende en casa”, mediante la cual se ofrecen clases a través de canales de televisión abierta en distintos horarios para cada grado escolar.
Sin embargo lo único que se sabe hasta el momento es que 71% de se encuentra satisfecho con la estrategia, pero no se conoce alguna evaluación respecto al nivel de aprendizaje de los estudiantes.
Para Miguel Székely, uno de los autores del estudio del BID, “la estrategia de la SEP fue mala estrategia, porque sólo decidió lo más fácil, lo más barato, que fue llevar a todos los alumnos al siglo pasado con clases por televisión”, asegura en entrevista con Animal Político.
En cambio, dice, otros países “no implementaron una solución, sino muchas soluciones. Si sólo tenían televisión, radio, si tenían posibilidad de tecnología, darles algo mejor. Dar el mínimo para todos genera desigualdad y ni siquiera con esa opción puedes llegarle a los más pobres”.
El efecto de esta decisión se verá en los años siguientes, pues el retroceso de una década, en un país como México que le había costado tanto trabajo en reducir la deserción escolar “es terrible”, y peor aún, hasta el momento no existe ninguna estrategia para abordar el problema. “La SEP se lavó las manos, puso todo en televisión y ‘lo damos por visto’”, acusa Székely.
Aún sin saber si los alumnos de educación pública realmente están tomando clases, en los casos en que no sea así, “la interrupción prolongada de los estudios formales puede provocar pérdida de conocimiento y habilidades fundamentales adquiridas, como en la lectura y matemáticas”, sostiene el estudio “Desarrollo Humano y COVID-19 en México: desafíos para una recuperación sostenible”, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicado en julio pasado.
Esto “pondrá en desventaja a estudiantes de los quintiles más bajos que ya presentaban rezagos previos, dado que muchas veces tienen menos oportunidades para participar en la oferta educativa a distancia”.
Además, el cierre de los espacios educativos, que en muchas ocasiones representan una oportunidad para balancear las actividades de las familias en el hogar, tiene afectaciones en la convivencia familiar y en la salud emocional de los estudiantes, que enfrentan aumento de ansiedad por el confinamiento y limitaciones en su educación no formal, como dificultades en la convivencia entre pares y el aprendizaje colectivo, dice el estudio.
Estrategia local
A diferencia de lo que ocurre con la SEP, encargada de establecer una política federal, en el ámbito estatal cada gobierno puede aplicar las estrategias acordes a su comunidad. La Secretaría de Educación y Cultura de Sinaloa, por ejemplo, previó con anticipación que la deserción sería un problema en medio de la pandemia y, según el titular, Juan Alfonso Mejía, “focalizaron esfuerzos”.
En entrevista con Animal Político explica que la entidad registra una deserción de 1.6% que equivale a 10 mil alumnos de educación básica menos en el actual ciclo escolar, pero la cifra es menor a la prevista a nivel nacional.
“La pandemia nos llevó a poner atención a ciertos aspectos como el seguimiento a la trayectoria, nos propusimos combatir la deserción, porque ahí estaba el desafío de la pandemia”, dice, por eso el foco estuvo en los 132 mil alumnos que cambiarían de escuela por nivel escolar, es decir, quienes pasaban de preescolar a primaria y de primaria a secundaria.
Primero, flexibilizando los procesos administrativos, como extender las inscripciones hasta julio, pese a que en un año habitual se cerraba en mayo. También permitieron la inscripción sin algún documento como certificados o actas de nacimiento.
Al tener ubicados a quienes cambiarían de nivel escolar, detectaron que 16 mil alumnos no se habían inscrito, por lo que enviaron cartas personalizadas a las familias para “invitar a los padres” a inscribir a sus hijos. Y, esos mismos datos se enviaron a los directores de las escuelas para que buscaran “en tierra” a los alumnos. “Así lograron recuperar a más de 9 mil estudiantes”, afirma el secretario Mejía.
Las razones por los que no los habían inscrito, dice, se centraron en que se les había pasado la fecha de trámite y pensaron que se les complicaría la inscripción, por la incertidumbre de la pandemia y desconocimiento sobre cómo serían las nuevas clases.
Sin embargo, dice el secretario, la estrategia para las clases también fue diversa. Si bien se sumaron a la propuesta federal de las clases por televisión con el programa Aprende en Casa, en algunas regiones se usó más bien la radio y en otras escuelas el teléfono celular fue la mejor herramienta y en otros casos el uso de cuadernillos provistos por la secretaría estatal.
“La plataforma por excelencia es el maestro, por eso todo se hizo conforme a sus necesidades. Porque ni los padres son asesores pedagógicos, ni los maestros estaban en la escuela. La decisión se enfocó en ‘qué tiene que aprender un niño para que al regresar a la escuela no se frustre’”, y lo mismo aplicará para el regreso a la nueva normalidad, insiste Mejía: focalización.