Después de tantos años en los campos agrícolas sin casa ni tierra para sembrar una mata de chile o de jitomate, Erasmo se integró a un grupo de jornaleros en el Valle de Mexicali para pelear por un pedazo de tierra en el desierto de Sonora. Su lucha no fue en vano, tuvo éxito, el gobierno federal le dotó de el ejido El Bajío, pero con el paso de los años vino la persecución y cárcel. Sin embargo, cuando consiguió su libertad empezó a trabajar con una tauna, un molino utilizado por los mineros artesanales para triturar las piedras que recoge en el desierto y poder extraerles oro.
El campesino pasó años en los pasillos del Tribunal Unitario Agrario (TUA), en Caborca, Sonora, ahí diseñó el uso que le daría a su parcela cuando el gobierno le regresara su ejido.
Siempre tuve confianza en el magistrado, porque estábamos dentro del marco de la ley, defendimos lo que es nuestro, y así fue. Ahora tenemos trabajo y comida, dice sonriente.
Erasmo muele la piedra que recolectó en una zona donde la minera Penmont de Alberto Bailleres desapareció los cerros y contaminó gran parte de las parcelas de los ejidatarios. Sin soltar la cubeta de agua que vacía al molino, el campesino explica su nueva experiencia como minero.
Es pesado trabajar la mina de manera artesanal, pero deja algo de dinero, por lo menos nos sirve para comer. (…) Saben que hay oro, plata, cobre y zinc, por eso nos hicieron la vida imposible.
Quien fuera preso político aprendió a domar las adversidades del desierto. No le preocupan los remolinos en el arenal, que desaparecen las huellas de los venados que llegan por la tarde a tomar agua cerca de la pequeña aldea en el páramo.
Aquí falta todo, la comida y el agua. Los ejidatarios traen combustible de Puerto Peñasco todos los días, sólo así pueden seguir con la molienda de las piedras que recogen con la ayuda de un plato y mercurio para encontrar los metales.
El oro es de 24 kilates, es lo mejor que hay en esta parte del desierto. Le hacemos así porque no contamos con tecnología para montar una gran minera, pero si logramos trabajar en una cooperativa, estoy seguro que vamos a cambiar la historia de este desierto.
Cuando Erasmo decidió dejar los campos agrícolas para convertirse en ejidatario fue en respuesta a lo que había imaginado su padre: tener una casa con grandes extensiones de tierra, donde sembrar hortalizas y criar vacas y animales de corral.
Estábamos en el corte de algodón en Mexicali, cuando mi papá me platicó de lo quería, él soñaba con tener su propia tierra donde trabajar, así que le pidió ayuda con un amigo para conseguir el ejido, y mira, aquí estamos hasta ahora.
Después de lavar el molino artesanal, Erasmo Santiago tomó un sombrero y encendió el motor de su camioneta para hacer un recorrido en el ejido y lo que queda de la minera Penmont: “Esta tierra tiene beta de oro y plata”, explica mientras extrae tierra cargada de cuarzo y lo deposita en una cubeta.
Nacido en Santiago Tlazoyaltepec, Etla, Oaxaca, Erasmo abandonó su pueblo cuando cumplió los nueve años de edad, porque su padre, Simón Santiago Morales los llevó a los campos agrícolas de Sinaloa. La promesa era trabajar tres meses y después regresar al pueblo. Pero el viaje se prolongó por más de 15 años.
Sin soltar el pedazo de tortilla que mastica despreocupado, Erasmo continúa con la plática: “El viaje de tres meses aún no termina porque seguimos aquí. Nos costó trabajo acoplarnos primero en los campos agrícolas porque los jornaleros trabajan de más y el trabajo es más pesado. Luego, vivir en el desierto no es cualquier cosa, siempre se sufre”.
Erasmo recuerda que después del corte de jitomate en Sinaloa, su padre, Simón Santiago Morales, compró boletos para viajar en el ferry a La Paz, Baja California Sur. Así fue como llegaron a los campos de El Vizcaíno situado al norte de la zona turística de ese estado.
Después de que terminó la cosecha en El Vizcaíno, Simón y su familia emigraron hacia Mexicali, ahí trabajaron en la pizca de algodón; cuando terminaron con el textil, bajaron a San Luis Río Colorado, en el corte de espárrago, y de ahí a Caborca a la poda del viñedo, y así se movieron hasta llegar a Sinaloa y de ahí otra vez a viajar en el Ferri.
Después de tomar agua, Erasmo reanuda la plática: “Así anduvimos, entre Sinaloa, Baja California Sur, Baja California y Sonora, el círculo es interesante, pero esto impidió que pudiera estudiar. No terminé la primaria, aprendí a leer a los 27 años, después de que fui a un taller sobre derecho de los pueblos indígenas que organizó lo que en ese entonces era la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI)”.
-¿Cómo fue que te hiciste ejidatario?
-La verdad ya no quería ser jornalero y como mi papá se vino a San Luis Río Colorado a buscar un terreno grande como él lo quería, también me vine con él, y cuando logró organizar a los demás campesinos, pues solicitamos el ejido y aquí estamos.
Mientras limpia la tauna, el minero empezó a explicar la matemática que aplica en el proceso de extracción de oro: “La tauna muele durante el día 20 cubetas de piedra y tierra, hasta convertirlo en polvo, pero cómo le ponemos agua y jabón esto se hace lodo. Por cada cubeta que molemos gastamos tres cubetas de agua y dos kilos de jabón en polvo”.
Por cada 20 cubetas, continúa, se recomienda que usen 700 gramos de mercurio para separar los metales de la tierra, pero ellos prefieren usar de un kilo a un kilo y medio, para lograr mejor calidad de metales.
-El mercurio contamina el medio ambiente: ¿Qué técnica usas para no dañar el manto acuífero?
-Mira, ¿ves el cerro que está ahí en frente? Toda esa tierra está contaminada.
Erasmo Santiago explica que durante años, la minera Penmont usó cianuro para separar los metales de la tierra obtenida luego de demoler el cerro.
Sin parar de limpiar el molino, Erasmo explica los pormenores de su trabajo: “Para facilitar la trituración de las piedras y no soltar chispas que pueden provocar incendio, usamos agua y detergente que usan en la cocina, es jabón líquido amigable con el medio ambiente, además tratamos de reutilizar el mercurio, porque sabemos que contamina, por eso hemos cuidado la forma. No somos tan irresponsables como las grandes mineras que usan ácido nítrico, ácido sulfúrico o cianuro. Porque eso sería lo peor que podríamos provocar. A aquel cerro no nos acercamos porque está muy contaminado”.
Después de hablar un poco sobre el método que usa para extraer el oro, el minero cambia la platica y lo centra en la mecánica de su molino. Cada que la polea termina una vuelta, Santiago mira el molino, le agrega una cubeta de agua, algo mas de jabón y empieza a platicar: “Cuando empezamos la polea daba 11 vueltas por minutos, porque los compañeros tenían miedo de que se fueran a reventar las cadenas que sirve de arrastre, como vimos que esto podía trabajar más rápido entonces le subimos a 20 vueltas por minuto”.
Erasmo explica que en el ejido El Bajío, los ejidatarios empezaron con tres molinos y después cada familia se hizo de un molino y se extendieron en todo el ejido para trabajar en la exploración de metales en el desierto: “Con las primeras taunas logramos unos gramos de oro, con eso compramos comida y combustible para seguir aquí, ya no que no podemos sembrar por falta de agua, en algo nos tenemos que ocupar para no morir de hambre.
El recorrido en el desierto duró una hora, pero antes Erasmo Santiago y su hija Perla Santiago López hicieron varias paradas: primero en el cerro donde estaba parte de la mina Dipolo, ahora convertido en una cazuela después de que tractores rascaron la vena de la beta de oro.
En la pared de esa cazuela abandonada por la mina, caminan cuatro hombres con pala, pico y cubeta en mano para buscar la vena de metal en el escombro. Después de llenar las cubetas los llevan al lugar donde hay acceso de camionetas para trasladarlos al campamento.
En la profundidad de la mina de cielo abierto parece a un panteón por las estacas que quedaron ahí, además de cientos de hoyos que se hicieron para localizar los metales: “Estos hoyos fueron para los explosivos que usaban para detonar el cerro, solo así lograron saquear esta tierra”, explica el campesino.
Mientras camina, Erasmo hila su historia en la cárcel de Caborca. Relata que pasó dos años en la cárcel, porque se opuso a que la minera subsidiaria de Grupo Peñoles siguiera con el saqueo en su tierra: «Nosotros, sin dinero, mientras ellos contaminaban, y todo porque tienen el dinero y poder político, el daño que nos causaron es enorme, pero ahora empezamos a recuperar lo que es nuestro”.