Sofía se maquilla todos los días para estar en su habitación. Las horas pasan entre el celular y la televisión. La comida está en desechables sobre el tocador. También las galletas y el pan blanco, junto a la crema corporal y la plancha alaciadora de cabello.
La ropa está doblada sobre una maleta, también cuelga de repisas. Ella y su abuela están confinadas desde hace 160 días en un cuarto de hotel de seis metros cuadrados en la Ciudad de México, pero no por la pandemia, sino porque fueron secuestradas, están amenazadas y huyeron de su país, Honduras.
Como Sofía –cuyo nombre fue cambiado por seguridad–, muchos de los huéspedes de este hotel de la Ciudad de México son migrantes que buscan la condición de refugiados. Durante los meses de aislamiento social por el virus SARS-CoV-2 la vida se detuvo para la mayoría de la población mundial, pero no para los desplazados de la violencia en Centroamérica, quienes tuvieron que huir de sus países en busca de protección.
Mientras 100 naciones cerraron sus fronteras para contener la propagación del virus, México siguió recibiendo migrantes; en total alcanzó 17 mil 800 solicitudes de asilo y refugio de Honduras, Haití, Cuba, El Salvador y Venezuela durante el primer trimestre del año. Lo anterior representa 33% más en comparación con los primeros tres meses de 2019, de acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Por el covid-19, unos 65 albergues en el país decidieron dejar de recibir a más migrantes de los que ya alojaban. El viejo hotel donde está Sofía, cuya ubicación se omite por motivos de seguridad, cerró sus puertas en los primeros meses de la pandemia conforme al color del semáforo epidemiológico, que era rojo en la Ciudad de México, pero las dejó abiertas para el Programa Casa Refugiados (PCR) y se convirtió en un hogar temporal para decenas de migrantes en medio de la contingencia.
En la entrada del inmueble hay gel antibacterial, tapetes sanitizantes y el PCR impartió capacitaciones en temas de prevención de covid-19 en los cuatro hoteles de la red para refugiados.
“Convertimos los hoteles en albergues”, dice en entrevista Gerardo Talavera, director general del PCR.
Cuando Sofía llegó en abril a México por Tapachula, Chiapas, descubrió que no iba a estar segura en ese lugar, pues se encontró con pandilleros de la Mara 18 que habían participado en su secuestro.
Ella y su abuela huyeron de nuevo. Primero se quedaron en Ixtepec, Oaxaca, y luego emprendieron su ruta hacia la Ciudad de México, pero en pleno auge de la pandemia los albergues estaban saturados. Se acercaron al Programa Casa Refugiados y las alojó en un hotel.
En Tapachula habían solicitado la condición de refugio, que, según el artículo 13 de la Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, se otorga a todo extranjero en territorio nacional que “ha huido de su país de origen porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por violencia generalizada”.
Este es un adelanto de un reportaje de la edición 2297 de la edición impresa de Proceso, publicado el 8 de noviembre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí