En la madruga del 17 de octubre, el chiapaneco Antonio López García, de 22 años de edad, sintió que no podía proseguir con la caminata en el desierto de Sonora, al momento que se encontraba cerca de la carretera número 86, que va de Ajo a Tucson. “Ya no aguanto las piernas. Ve a pedir ayuda”, suplicó a su compañero y desde ese día no se sabe más del muchacho.
El joven que lo vio por última vez recuerda que esa madrugada él y Antonio estaban cerca de unas cabañas y un sitio donde pudo ver que había unos recipientes de plástico para almacenar agua, desde donde oía el silbido de los camiones que corrían a toda velocidad entre Ajo y Tucson.
Ese martes a las 01:00 horas de la fría madrugada, el joven que aún podía caminar le dijo a Antonio, que hiciera un esfuerzo para levantarse y proseguir, pero respondió que ya no podía sostenerse en pie y en ese momento se despidieron. “Espérame aquí. Voy a ir a buscar ayuda”, suplicó el campesino, con la esperanza de volver a reencontrarse minutos después.
Los cinco jóvenes habían permanecido en el desierto por cuatro días, con poca agua y alimento, que había minado su salud, pero el muchacho que fue a pedir ayuda, calcula que caminó dos kilómetros desde donde se encontraba Antonio, donde pudo ver luces de un auto de la Patrulla Fronteriza.
El muchacho levantó las manos al ver los agentes, pero momentos después lo subían a la unidad con las manos amarradas y suplicó que fueran en búsqueda de su paisano que estaba cerca de ahí, pero no le escucharon. La patrulla se retiró del área y al amanecer el chiapaneco era repatriado a su país, sin saber más de Antonio.
Días después, ese joven decidió viajar hacia Tijuana, donde ha buscado trabajo para pagar el dinero que su familia pidió prestado cuando salió con Antonio y tres jóvenes más hacia Altar, Sonora.
El 7 de octubre, cinco jóvenes de Nuevo Amanecer, poblado del municipio de Chicomuselo, ubicado en los límites de la jurisdicción de La Concordia, en la Sierra Madre de Chiapas, se despidieron de sus familiares y horas después viajaban a la frontera norte, con los 22 mil pesos que cobraría el “guía” para cruzarlos de México a los Estados Unidos, pero también llevaban 5 mil pesos para cubrir el pasaje en la ruta de 3 mil 241 kilómetros de Chiapas a Sonora.
A finales de septiembre, Antonio supo que varios jóvenes viajarían a los Estados Unidos y fue cuando decidió hablar con su padre José Eleazar López para decirle que necesitaba dinero parar pagarle al coyote, porque en Nuevo Amanecer parecía que se le habían agotado todas las oportunidades para salir adelante.
Hace cuatro años, Antonio terminó el bachillerato y buscaba ir a la universidad en Comitán, pero por falta de recursos no lo puedo hacer y como segunda alternativa pensaba ingresar a la Universidad del Ejército.
La única pasión de Antonio en Nuevo Amanecer, comunidad de un centenar de familias y unos 230 habitantes, fue el fútbol, pero cuando vio que otros jóvenes migraban a la frontera norte, entonces se animó a viajar porque por fin tendría dinero para apoyar a sus padres.
“Papi me voy a ir a trabajar a los Estados Unidos. Quiero hacer algo. Aquí no hay oportunidades de trabajo”, le confesó a su padre, pero requería de 27 mil pesos, dinero que fue a pedir prestado José Eleazar con un conocido, recurso que prometió pagar en cuanto Antonio mandara la primera remesa.
José Eleazar ha visto que algunos jóvenes que han intentado viajar a los Estados Unidos, con visa de trabajador agrícola, para laborar en los campos de la nación del norte, han batallado para conseguir el documento, pero “solo dan vueltas y vueltas, pero al final les dicen que no se pudo”, por eso Antonio decidió probar suerte con un “guía” en frontera norte.
Seis días después de haber dejado Nuevo Amanecer, el 13 de septiembre, Antonio telefoneó a su padre José Eleazar, para decirle que cinco muchachos cruzarían la frontera, entre ellos un primo del joven y tratarían de caminar por el desierto de Sonora, hasta que lograran burlar a la Patrulla Fronteriza y llegar a algún punto de la nación del norte, donde descansarían para luego buscar ayuda con conocidos y familiares.
“Sabes papí. Esta noche vamos a entrar al desierto. Nos vamos a ir cinco personas. Los demás se van a quedar en el cuarto de hotel”, explicó el joven y colgó porque el “guía” estaba listo para llevar a los jóvenes hasta la frontera.
Desde ese día, el teléfono que llevaba Antonio no ha vuelto a sonar y con la ayuda de familiares que José Eleazar tiene en los Estados Unidos, han buscado en hospitales, prisiones y centro de detención de Arizona y California, pero no han encontrado ninguna pista.
Recientemente, el padre de Antonio José Eleazar envió a la Secretaría de Relaciones Exteriores, documentos personales, con el fin de que los consulados del área puedan ayudarle a localizar a su hijo, pero han pasado 23 días y no hay ninguna pista.
José Eleazar tiene fe que su hijo haya sido ayudado por algunas personas y se encuentre en los Estados Unidos. “Esperamos en Dios que alguien lo haya levantado, por eso no aparece. A lo mejor está perdido y ojalá las personas que lo tiene nos avisen que está con ellas”.