Bowman, Carolina del Sur (EEUU).- Si las armas matan, entonces son las cucharas las que hacen engordar a la gente. Burda, la frase es un sofisma que, sin embargo, convence a más personas de las que podría creerse en Estados Unidos.
Basta con entrar a una gasolinera y prestarle atención a la parafernalia pro armas que florece allí.
“Amo las armas y el café”, dice una pegatina que imita el logo de una conocida cadena de cafeterías. “Prohíban a los idiotas, no las armas”, dice otra. “Nosotros no marcamos el 911”, suma una tercera. “La segunda enmienda es mi permiso de portación de armas”, concluye otra. Y hay muchas más, recargadas de militarismo algunas, nostálgicas de la Confederación otras y con fuerte desprecio al movimiento contra el racismo “Black Lives Matter” unas cuantas.
Ese merchandising, anclado en los sentimientos más profundos de una parte relevante del pueblo estadounidense, puede encontrarse a lo largo de toda la interestatal 95 de Miami a Washington DC y en otras autopistas y carreteras de todo el país. Allí pueden aparecer personajes como Michael Stupy, un afable y locuaz electricista de 56 años que en una gasolinera cercana al lago Okeechobee, en el centro de la Florida, argumentó acerca del derecho de los estadounidenses a vivir armados más allá de la protección que les puedan ofrecer las fuerzas de seguridad.
“En nuestra declaración de independencia y en nuestra Constitución está establecido el derecho a llevar armas. Todos tienen derecho a proteger a sus familias y a sí mismos de criminales, e incluso protegerse del gobierno. Está establecido que podemos defendernos del gobierno si el presidente de los Estados Unidos comete traición contra su pueblo”, explicó el bronceado y fornido electricista desde su camioneta.
La “segunda enmienda” de la Constitución de los Estados Unidos es, así, invocada constantemente por aquellos a favor de la tenencia de armas. Fue redactada en 1791, quince años después de la entrada en vigor de la Carta Magna: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado Libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”, indica.
De ahí que las pegatinas de las gasolineras hablen de un permiso de portación de armas permanente: “La segunda enmienda es mi permiso de portación de armas. Emitido: 15/12/1791. Caduca: nunca”.
Esa segunda enmienda, esas 25 palabras (27 en inglés) escritas en el siglo XVIII siguen siendo la base de un andamiaje social y legal que pone a Estados Unidos bien arriba entre los países con más cantidad de armas: 120 cada 100 habitantes. Lo siguen Yemen (59), Serbia (39), Montenegro (39) y Uruguay (34), según el estudio publicado en 2018 por “Small Arms Survey” (encuesta de armas pequeñas, en inglés), un centro de Ginebra que se dedica a estudiar el impacto de las armas en manos de la población civil. Así, no sorprende que desde 1982 haya habido más de 110 masacres -es decir, eventos en los que un tirador haya matado a cuatro personas o más- provocadas por armas de fuego en Estados Unidos.
Tras la matanza de 2016 en “Pulse”, un club gay de Orlando, los partidarios del control de armas superaron por escasa diferencia a los pro armas, según un estudio del Pew Research Center. La historia mostró hasta ahora un partido condenado al empate, donde los republicanos están del lado de los que enarbolan la segunda enmienda y los demócratas del de aquellos que pretenden limitarla. En 2019, dejando de lado los suicidios, 15.292 personas murieron en Estados Unidos por disparos de armas en manos privadas.
Pero la pandemia del coronavirus está contribuyendo a cambiar el paisaje, a modificar los equilibrios existentes: le está dando la victoria a aquellos a favor de la tenencia privada de armas. Marzo fue un mes en el que se vio un enorme incremento de compras, un 50 por ciento más que el mismo mes del año anterior, y la tendencia se mantuvo desde entonces.
“Es increíble, impresionante”, admitió Steve D’Orazio, dueño de una tienda de armas en Oregon, un estado sacudido por graves enfrentamientos entre grupos de opiniones políticas opuestas. “Con la pandemia y los disturbios vino mucha gente nueva, muchos tiradores debutantes”.
Sin el final de la pandemia a la vista, quizás dentro de un tiempo se compruebe que el Covid infectó también de violencia a muchos estadounidenses hasta entonces sanos, o al menos asintomáticos. El debate es hoy visceral, primario por momentos. Queda claro cuando el electricista se baja de la camioneta para explicar mejor su posición a favor de la tenencia de armas.
“Quiero mostrarte esto, esto es lo que estoy tratando de decir. Mira los que llevo pegado en el vidrio posterior de mi camioneta”, dice, y muestra una calcomanía desgastada por el paso del tiempo. El texto es asombroso: “Así que si las armas matan gente, supongo entonces que las lapiceras escriben mal las palabras, los coches conducen borrachos y las cucharas hacen engordar a la gente”.
Stupy lee satisfecho y remata el sofisma de gasolinera: “No son las armas, es la gente, son los criminales que llevan armas”.
Lo que dice a continuación no es inesperado. “Voy a votar por Trump porque es un republicano, y los republicanos siguen lo que establece la declaración de independencia. Los republicanos siguen lo que está escrito, lo que plantearon los padres fundadores”, dice en referencia a George Washington, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton y los otros cinco que unieron las 13 colonias dispersas y lideraron la lucha por la independencia de Gran Bretaña.
El electricista está a favor de las armas porque no matan, como las cucharas no engordan. Y añade: “No estoy a favor del aborto, de matar niños. Clavarles una aguja y decir que no se mató a nadie… No, eso no va”.
“Y lo siento por la gente, pero si gana Biden nos van a freir a impuestos como si no hubiera un mañana… Yo amo la historia y amo la verdad, no la mitad de la verdad. Lo que escucho de Trump es que dice verdades”.