Con “clases en línea” pero sin computadora, servicio de internet, ni televisión, y con falta de electricidad, es como Carlos terminó el sexto año de primaria, Rosa el primer grado y Rafael el segundo semestre de prepa. Lo único que tenían para seguir sus estudios era un celular.
Estos hermanos -cuyos nombres se cambiaron para proteger su identidad – viven en Unión Progreso, a una hora del municipio de Bella Vista, Chiapas, y para poder terminar su ciclo escolar este año tuvieron que hacer el mayor de los esfuerzos para comprar un celular, tener Whatsapp y así acceder a la información que enviaban sus profesores, resolver dudas, descargar lecturas y enviar tareas.
Ese teléfono sirvió para que los tres pudieran realizar sus actividades con el apoyo de Laura, su hermana mayor de 19 años, quien vive a siete horas de distancia de su hogar, pues tuvo que dejar a la familia para trabajar y estudiar. Ella está por presentar su examen para ingresar a la universidad. Quiere ser enfermera.
La pandemia por COVID-19 impedirá que el próximo ciclo escolar sea presencial, el 24 de agosto comenzarán las clases a distancia a través del programa de la Secretaría de Educación Pública (SEP) llamado Aprende en Casa.
Pero para Rosa de 7 años, Carlos de 12, y Rafael de 16, el aprender en casa no tiene mucho sentido cuando deben caminar 30 minutos para llegar al lugar en donde hay señal de internet y prestarse el celular para que cada uno descargue sus lecturas o ejercicios y realice sus tareas.
Adquirir una computadora, laptop, televisión u otro teléfono no es opción. La familia es de escasos recursos. Su madre se dedica al hogar y su padre al campo, lo que gana apenas es para cubrir los servicios básicos.
Para que sus hijos puedan seguir estudiando han sumado un nuevo gasto: la recarga de datos móviles.
Cuando en marzo se dio el aviso de que las clases continuarían en línea para evitar contagios de COVID-19, la familia no tenía un smartphone.
“Fue muy complicado. Al principio mis hermanos se atrasaron porque no tenían un teléfono para saber qué dejaban de tarea y un par de semanas estuvieron incomunicados”, cuenta Laura a Animal Político.
Cuando lograron adquirir un teléfono se enfrentaron a otro problema. La señal de internet llegaba muy débil a casa y en general a la comunidad, y era casi imposible descargar un archivo. Así que caminaban por 30 minutos todos los días para enterarse qué dejaban de tarea y daban una vuelta más para poder enviar las actividades a sus profesores.
“Uno debe tener mucha paciencia porque muchos acuden al mismo punto donde es mejor la señal, por eso el internet es muy lento, eso hace que gastemos más datos y tengamos que hacer más recargas. A veces hay que descargar programas y aplicaciones o no se puede ver o leer lo que mandan por Whatsapp y ahí se va casi todo el saldo”, cuenta la hermana mayor.
Si el celular no tenía saldo pagaban 7 pesos la hora de internet (muy lento) en un cibercafé, el único que existe en la comunidad (tiene solo 4 computadoras), y que también queda a 30 minutos de distancia de su casa, a pie. En la comunidad no hay puntos gratuitos de conexión.
Laura los apoya con recargas de 150 pesos a la semana, pero muchas veces necesitan más.
Cuando las lluvias eran muy fuertes y no podían acudir al lugar donde hay señal o no había dinero para las recargas o pagar el café internet, las tareas se mandaban después, y eso generaba atraso en su aprendizaje.
Así fue por más de tres meses hasta que terminó el ciclo escolar.
Laura sabe que la educación es un derecho, pero también que acceder a ella no es fácil, principalmente en las comunidades rurales. Cuenta la historia de sus hermanos para visibilizar que muchos niños y niñas no cuentan con las condiciones para estudiar en línea.
En México hay un millón 5 mil 704 hogares con niños de entre 6 y 18 años que no cuentan con televisión. Dos millones 724 mil 603 no tienen computadora, laptop ni tablet, y 7 millones 891 mil 159 no tienen servicio de internet, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de Información en los Hogares, elaborada en 2019 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Sonora, Baja California Sur, Quintana Roo, Baja California, Nuevo León, Ciudad de México, Sinaloa, Jalisco y Colima son las entidades donde más del 60% de los hogares disponen de conexión a internet.
Las entidades con la menor disponibilidad de este servicio son Oaxaca y Chiapas, con 29.5% y 24.6%, respectivamente.
Hay radio pero no luz, hay tele pero no señal
Por la pandemia, la SEP optó por un modelo de enseñanza a distancia en el que se incluye el uso de radio, televisión y libros de texto ante la falta de acceso a internet para miles de estudiantes.
Aunque la familia de Laura tiene una radio, eso no garantiza que puedan escuchar las clases por esa vía. A veces por las lluvias se llegan a quedar hasta una semana sin luz, cuando bien les va puede irse todo un día.
En Chiapas solo el 46% de los hogares cuenta con un equipo radiofónico.
Las pocas familias que tienen televisión en la comunidad de Unión Progreso no pueden usarlas ya que tras el apagón analógico (diciembre de 2015) a sus aparatos no llega la señal. No migraron a la televisión digital por no cambiar sus televisores, cuenta Laura.
Podrían usar su televisor analógico con un decodificador o con la señal de televisión de paga, pero la situación económica de los habitantes de esta comunidad no da para contratar ese servicio. De acuerdo con el Inegi, 1.4 millones de hogares (4.6%) no tiene señal digital en México.
El secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán, dijo en una conferencia de prensa que los niños que vivan en comunidades indígenas o alejadas que no tengan acceso a internet o a televisión contarán con atención personalizada por parte de instructores del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), y además se distribuirán cuadernillos de trabajo y libros de texto gratuito.
Hasta ahora no se sabe si a Unión Progreso llegarán estos instructores, pues hay conexión, pero muy débil. Hay otras comunidades rurales en el país que no tienen nada de accesibilidad o luz y son a las que podrían dar prioridad.
Ante esta situación, los hogares más pobres se encontrarán en desventaja frente a otros que sí cuenten con las herramientas tecnológicas para seguir tomando clases en sus casas profundizando aún más la brecha educativa.
En Chiapas 8 de cada 10 habitantes (76.4%) viven en condiciones de pobreza; y 29.7% en pobreza extrema, según la cifra actualizada hasta el 2018 por el Coneval. Es la entidad con más pobreza en México.
En Chiapas, el 83% de su población carece de seguridad social, el 57% no cuenta con servicios básicos en la vivienda y 29% registra rezago educativo.
De no estudiar el destino es el campo o migrar
Laura es la única que puede dar acompañamiento a sus hermanos, aunque sea a la distancia. Sus padres solo tuvieron la oportunidad de estudiar hasta el segundo grado de primaria y desconocen todo lo relacionado con la tecnología y tampoco pueden asesorarlos con sus tareas.
Los maestros, cuenta, son comprensivos, saben las carencias que hay en el lugar y entienden los retrasos en la entrega de tareas.
“El nivel de aprendizaje no es el mismo, los niños tienen dudas y no hay como preguntar, además se estresan mucho. Para ellos es muy frustrante que no funcione el internet, que se vaya la luz y no haya cómo cargar el celular, que estén a punto de mandar una tarea y nada se envié. Estudiar así es muy difícil”, asegura Laura.
Su pequeña hermana Rosa fue pocos meses a la escuela, si acaso seis. Por el confinamiento tuvo que terminar su primer año de primaria alejada de sus compañeros, apenas empezaba con lo básico pero estaba entusiasmada por acudir a clases. A Laura le preocupa que en una etapa tan temprana alejada de las aulas su aprendizaje se rezague.
A Carlos y Rafael también les gusta la escuela y quisieran igual que su hermana tener la oportunidad de poder ingresar a la universidad, aunque eso signifique alejarse de la familia, trabajar y estudiar, conseguir una beca como hizo ella y huir del rezago educativo que ya de por sí hay en la comunidad.
De no estudiar tendrían que dedicarse al campo como su papá o migrar fuera del estado, a Tijuana o Estados Unidos, a donde se va la mayoría de los habitantes que decide irse. En Unión Progreso no hay muchas opciones. Para la niña el destino sería ayudar a la mamá en los quehaceres del hogar hasta casarse o dejar el barrio para buscar trabajo.