El director regional en Europa para de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Hans Kluge, advirtió de una segunda oleada de la pandemia del coronavirus, del que se subestimó su peligro en las residencias de ancianos.

En España, por ejemplo, más de la mitad de los fallecidos se registraron en los asilos. El país ya suma un total de 230.183 infectados y 27.459 muertes por el virus.

Esther Bielsa, auxiliar de enfermería y que lleva 13 años trabajando en la misma residencia de la tercera edad, describe lo ocurrido en estos centros como un “desastre”.

“En las residencias ha sido un desastre. La COVID-19 se ha cebado con nosotras, se ha cebado con el personal, se ha cebado con los residentes, con sus familias”, lamenta.

Tanto Esther como sus compañeras pudieron contar con mascarillas gracias a donaciones de particulares, pero no tenían ni batas ni pantallas de protección. “Nos teníamos que elaborar las batas y las calzas para los pies con bolsas de basura”, subraya.

Pero para ella, sin duda, lo más difícil ha sido ver morir a los ancianos solos, sin poder despedirse de sus seres queridos.

“Los cuidamos desde hace siete, ocho o incluso 10 años. Entrábamos en sus habitaciones, a lo mejor dos veces en cada turno, y había veces que entrábamos y ya se habían muerto”, recuerda.

RECHAZADOS EN LOS HOSPITALES

Según el testimonio de la auxiliar, muchos de los ancianos fallecidos en las residencias no han tenido oportunidad de “poder asistir a un hospital y de tener atención hospitalaria”. “Muchos han fallecido sin ni siquiera tener esa oportunidad, sin que ni siquiera les pudiesen decir ‘pues sí, tienes coronavirus o no tienes coronavirus’. Han muerto solos en la habitación y aislados”, relata.

El drama llegó a tal punto que hubo fallecidos que permanecieron en sus habitaciones durante días. Esther rememora un caso concreto. El de una señora que murió y tardaron 48 horas en retirar el féretro. La hija de la fallecida vivía justo en frente de la residencia y desde la ventana de su apartamento vio cómo se llevaban a su madre. “Esa fue la despedida que tuvo de ella”, destaca.

Tampoco en casa, la situación que vivió Esther fue fácil. Su marido también es sanitario y tienen un niño pequeño. “No sabíamos si estábamos infectados y volvíamos a casa todos los días con esa preocupación. Teníamos un plan activado de aislamiento por si acaso. Ha sido muy difícil”, afirma.

Pero Esther se muestra optimista porque ahora ya se empiezan a trasladar a los adultos mayores a los hospitales. “Esas personas mayores ya tienen esa oportunidad de poder contar con la asistencia hospitalaria que antes no tenían”, dice, mientras asegura que su mayor preocupación es que vuelva a pasar.