Desde su primer día de vida, su bebé tomó leche de fórmula. En la tarde, en la noche, en la madrugada y a la mañana siguiente, hasta que llegó el horario de visita en el cuarto del hospital y pudo conocer a su hija, ahora de dos años y medio. En los primeros dos meses la alimentó de forma mixta, pecho y fórmula, acordó con el pediatra. Pero después regresó a trabajar.
“En la noche le daba una o dos veces. Como no estimulé la lactancia no tuve tanta leche. Su base de alimentación siempre fue la fórmula, le cayó super bien y se sintió super cómoda. No le afectó en absolutamente nada”, cuenta la madre, habitante de la Ciudad de México. Ambos padres lo acordaron. “Yo soy fan de esas cosas procesadas, porque la leche materna depende de si estás bien balanceada e hidratada. Es mucho relajo asumir que estás bien alimentada. Y una fórmula es algo con base científica con vitaminas, grasas, proteínas y minerales en la cantidad justa que requiere para cada edad, así que me parece que es lo mejor”.
Otra bebé, nacida hace más de una década, lo primero que probó en su vida fue leche de fórmula. A la mamá le salió leche hasta el quinto día, por lo que su hija ya se había acostumbrado a la mamila. “Me la recomendó el pediatra que la vio en el hospital. Su crecimiento fue bastante bueno y su inteligencia también; no le hizo daño, ni le cayó mal al estómago”, recordó.
Por “la intervención de la industria” en políticas gubernamentales, academia y prensa, el reemplazo de la lactancia materna por fórmula regalada o promocionada por los pediatras durante los primeros seis meses de vida provoca que la madres no regresen a su peso normal después del embarazo y los bebés suban de peso, “porque las fórmulas jamás van a ser lo que requiere el niño”, aseguró Simón Barquera, Director del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), por lo que considera urgente legislar para que las compañías que promocionan fórmulas en México no tengan estas prácticas “poco éticas” y “arruinen el futuro de ambos por intereses comerciales”.
Un oso gigante toma leche en polvo junto con una niña de 3 años, mientras en el comercial, con letras pequeñas, se advierte: “la lactancia materna es lo mejor para los bebés”.
Entre 2008 y 2013, las ventas de leche de fórmula aumentaron en un 41 por ciento en todo el mundo y en un 72 por ciento en países de ingresos medianos altos como Brasil, China, Turquía y México, de acuerdo con el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
La lactancia materna durante el primer medio año fomenta el contacto psico-afectivo con su bebé y a largo plazo existen menos probabilidades de que la madre desarrolle cáncer ovárico o de mama, diabetes tipo II, hipertensión arterial, ataques cardiacos, anemia y osteoporosis, argumenta la organización global. Los beneficios para el bebé son que previene infecciones gastrointestinales y respiratorias, obesidad, diabetes, leucemia, alergias, cáncer infantil, presión arterial elevada, el colesterol alto y enfermedades intestinales.
A nivel mundial, el número de niños obesos de entre 5 y 19 años se ha multiplicado desde mediados de los 70, aumentando entre 10 y 12 veces. El sobrepeso, considerado durante mucho tiempo como “una afección de los ricos”, es cada vez más una afección de los pobres, lo que trae consigo un mayor riesgo de contraer enfermedades no contagiosas, como la diabetes tipo II y las enfermedades coronarias, que a su vez complican otras enfermedades como, en estos tiempos, el coronavirus, expone el informe “Niños, alimentos y nutrición” de UNICEF México.
En México, el 59 por ciento de los niños tuvo una diversidad mínima en su dieta y el 18 por ciento no consumió frutas ni verduras, por lo que el 5 por ciento de los niños de 0-4 años tiene sobrepeso y dentro de los niños y adolescentes de 5 a 19 años el 35 por ciento presentó sobrepeso y obesidad, documenta el informe.
“Se sigue considerando a la obesidad como si fuera un tema de estética y belleza, pero no lo es, significa metabólicamente tener un cuerpo con exceso de tejido adiposo. Hoy lo que vemos [con el COVID-19] es justamente una de las consecuencias de este exceso de peso”, afirmó Ana Larrañaga, Directora de Salud Crítica. “Una persona con obesidad podría estar en tanto riesgo como una persona que fuma o una persona mayor, aunque se trate de una persona más joven y que por su edad no debería estar dentro del grupo con mayores factores de riesgo para complicaciones. Hay países que han reportado preocupación de que en esta temporada de distanciamiento social los niños aumenten de peso, particularmente”.
“¿ENERGÍA PARA GANAR?”
Los comerciales en la televisión mexicana son más que sugerente para los antojos de niñas y niños: un dinosaurio verde con cabello azul anuncia unas leches “sin azúcar añadida” que prometen que harán crecer al infante; el vaquero Woody promueve un yogurt de vaso “ahora más cremoso y delicioso”; una abuela (rubia) da una papilla “sin azucares añadidas y los más nutritivo” a su nieta bebé (también rubia); y unas frutas juveniles rapean entre cuadritos de jugos.
“Todas las bebidas azucaradas, principalmente las que están dirigidas a niños, son de los factores que distorsionan por completo las prácticas de alimentación de la población mexicana desde edades tempranas”, sentenció Simón Barquera, Director del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP). “Para los niños preescolares las lechitas tienen más azúcar que un refresco al tener edulcorantes muy nocivos y además tienen publicidad con un marketing poco ético”.
Tanto los cereales como las bebidas lácteas azucaradas han sido identificadas como algunos de los alimentos no recomendables de mayor consumo en México, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018. Sin embargo, siguen siendo ubicuos en los anaqueles de los supermercados y los anuncios comerciales.
Ruedas de cereal azucaradas con miel de abeja disfrutan la adrenalina de las vueltas en un juego mecánico naranja y divertido; un elefante café con playera naranja y jeans se cuela en un laboratorio de una primaria para informar que con cereal de chocolate “se crece grande y fuerte” y un tigre fortachón con pañuelo rojo en el cuello recomienda hojuelas azucaradas “para ganar”.
“Los cereales dirigidos a niños son muy altos en azúcar, en sal y grasa; son caros y dañinos con el ambiente”, dijo Barquera. “También hay productos dirigidos a niños que tienen edulcorantes no calóricos, lo que les distorsiona mucho la palatabilidad. Luego vemos chiquitos que no quieren consumir fruta porque no les sabe a nada, porque están acostumbrados a alimentos hiperpalatables que saben a ‘frambuesa espacial fosforescente de Marte’”, ironizó el especialista en obesidad.
El informe de “Niños, alimentos y nutrición” de UNICEF México llama a los gobiernos federal y locales a promover entornos saludables para la alimentación escolar, lo que incluye proporcionar comidas escolares equilibradas y limitar la venta y la publicidad de productos nocivos en las proximidades de las escuelas y los patios de recreo.
Ana Larrañaga, Directora de Salud Crítica, expuso que desde el Congreso –en diálogo con diversas voces– se acordó que aquellos productos que tengan uno o más etiquetados de advertencia sobre exceso de grasas, azúcares o demás no podrán portar personajes dirigidos a niños.
“Sería incongruente que un producto que tiene una advertencia de la Secretaría de Salud indicando que tiene un componente que te puede dañar, sí tenga un componente que es atractivo para que lo consuman los niños. Los personajes podrían usarse en productos que no tengan sellos de advertencia, como una barra de amaranto”, dijo la nutrióloga.
Se esperaría que en octubre de este mismo año ya se implementen los sellos frontales de advertencia. “El etiquetado nos va a permitir que la gente consuma de una manera más informada, y esto nos va a ayudar a que en un futuro, y conjugado con otras políticas, la obesidad en México vaya disminuyendo en las siguientes generaciones y por ende ser menos vulnerables a complicaciones por enfermedades como el coronavirus”, afirmó.
“Todos los países lo que compartimos es un sistema alimentario globalizado que está centrado en la producción masiva para fines de negocio, no para fines de nutrir y ser sostenible”, añadió Larrañaga.
Por ello entre las políticas que se deben impulsar además del etiquetado están sacar la chatarra de las escuelas, que es el sitio donde las futuras generaciones están aprendiendo, conviviendo y alimentándose. “Comenzaríamos a formar generaciones de mexicanos y mexicanas que estén más conscientes de nuestros alimentos y de la importancia que tienen en todos los aspectos”, alentó.
El investigador en obesidad Simón Barquera también llamó a un marco regulatorio en torno a la publicidad dirigida a niños y proteger la lactancia materna frente a un ambiente alimentario, es decir, el que dirige nuestras elecciones de comida como el marketing, la publicidad y la disponibilidad, lo cual debe cambiar “porque no es sostenible para la salud, para el ambiente, ni para el desarrollo económico”. Pero, reiteró, “una de las principales barreras para tener esta adecuada regulación, que hemos estudiado en los últimos 10 años, es una profunda interferencia de la industria, sobre todo transnacional”.
A largo plazo, alerta el UNICEF y los especialistas, un niño que inicia su vida con una alimentación poco saludable tiene un riesgo mucho más alto de ser un adulto con obesidad, y vulnerable ante otras enfermedades, como la diabetes, hipertensión, pero también las infecciosas como el COVID-19.