En las últimas dos semanas, la comunidad latina en Estados Unidos se ha unido contra el último hit de la industria editorial. Pensada para arrasar en las listas de ventas, American Dirt (Flatiron Books, 2020) hace méritos para convertirse en el gran fiasco del año. O de la década. Escritores y periodistas de origen latinoamericano que viven en Estados Unidos se han lanzado contra la obra, al entender que es un compendio de “estereotipos” y “errores”. Además, acusan a la autora, Jeanine Cummins, y a la editorial de apropiación cultural y de una falta total de sensibilidad.
American Dirt cuenta la historia de Lydia y Luca, una madre y su hijo, los dos mexicanos, perseguidos por el narco, obligados a huir a Estados Unidos para salvar el pellejo. Cummins sitúa la acción en Acapulco. Un domingo, el cartel local ataca a la familia de Lydia y Luca, asesinando a 16 personas, entre ellas al esposo y papá de los protagonistas. Madre e hijo sobreviven de milagro y escapan. Quieren llegar a Denver y deciden que La Bestia es su mejor opción. La Bestia, el tren de mercancías que migrantes de México y sobre todo de Centroamérica han usado durante años para viajar a la frontera con EE UU. La violencia y la migración —el presente de la novela— se mezclan con el coqueteo previo entre Lydia y el jefe del cartel de Acapulco, un tipo sanguinario, pero también culto y sensible.
La extraña mezcolanza de tramas, la caracterización de Lydia como madre coraje, la romantización del capo del narcotráfico y la simplificación del mundo del crimen o la reducción del dolor de la migración a “una aventura como en las películas”, como escribe la propia autora, han provocado el enfado de muchos en México y Estados Unidos. En una crítica que se ha hecho viral estos días, la escritora Myriam Gurba dice: “American Dirt es un libro Frankenstein, un espectáculo torpe y distorsionado, y mientras algunos críticos blancos comparan [a la autora] con Steinbeck, creo que una comparación más apropiada es [el rapero blanco] Vanilla Ice”.
Todo empezó a mediados de enero. Flatiron Books llevaba meses promocionando la novela, por la que había pagado una cantidad de siete cifras a la autora. Escritores consagrados como Stephen King o Don Winslow habían escrito comentarios alabándola —Winslow llegó a decir que American Dirt es una versión moderna de Las Uvas de la Ira—. Grandes medios como The New York Times o The Washington Post habían publicado reseñas positivas. La editorial vendió los derechos para adaptarla al cine. Y su consagración: la influyente presentadora de televisión Oprah Winfrey la recomendó para su club de lectura.
Pero poco a poco el enfado de la comunidad latina empezó a escucharse. Primero, por un asunto de apropiación cultural, por el derecho (o no) de una mujer blanca, criada en Maryland, vecina de Nueva York, a contar una historia totalmente ajena a ella. Y segundo, sobre todo, por la calidad de la novela, que muchos califican de pésima.
Cuando Winfrey publicó un vídeo promocionando la novela en su cuenta de Twitter la semana pasada, la premiada escritora mexicana Valeria Luiselli respondió: “Con todo respeto, esta parece la peor elección posible de un libro para 2020”. En la prensa escrita, el malestar fue imponiéndose a los elogios. La reportera Esmeralda Bermúdez, de Los Angeles Times, escribió un texto que recoge parte del enojo. Bermúdez explicaba que su familia huyó de El Salvador en la década de los ochenta, durante la guerra y la brutal cacería de los escuadrones de la muerte: “Pensé que podría reconocer parte de mi historia en el libro. Luego empecé a leerlo (…) Me di cuenta de que no estaba escrito para gente como yo, sino para el resto, para embelesarlos con un viaje salvaje al otro lado de la frontera, para hacerles sentir la confusión de la situación de los migrantes (…) Todo ello a partir de los peores estereotipos, obsesiones e imprecisiones sobre los latinos”. En otro artículo de Los Angeles Times, el autor, Daniel Hernández, da voz al escritor de origen salvadoreño Roberto Lovato, que apunta a la industria editorial: “Están tratando este asunto [el drama de la migración] como si fuera una película de Marvel”.
Con el escándalo en etapa de crecimiento, la autora apenas ha dado explicaciones. “Durante cinco años me resistí a escribir esta historia, porque no soy migrante, no soy mexicana y no sabía si tenía el derecho de escribirla”, dijo recientemente en una entrevista, “pero mi papá murió inesperadamente. Eso fue en 2016, a una semana de las elecciones presidenciales (…) Y bueno, me di cuenta de que no me importaba lo que nadie dijera, porque mi padre estaría muy orgulloso de este libro”.