Por: Juan Arturo Brennan
De nuevo, en la sexta jornada del FAOT 2020, tarde de cine en el Museo Costumbrista de Álamos. Y de nuevo, tres cortos sonorenses. Los dos primeros (El encargo, de Paco Espinoza, y El pueblo de los gatos, de Carmen Coronado) son ficciones que comparten, además de un cierto enfoque sobre el paisaje y sus habitantes, narrativas en las que lo cíclico y el destino anunciado juegan un rol importante en el desarrollo de las respectivas historias. En ambos casos, se privilegia la narración a través de las imágenes más que de las palabras, lo que es una virtud evidente en estos casos. Hay, además, pinceladas de lo fantástico que le van bien a estas dos historias, y estas pinceladas están bien integradas a los elementos más crudos y realistas de El encargo y El pueblo de los gatos. Por otro lado, ambos cortos presentan un empleo seguro de los elementos del lenguaje cinematográfico y una corrección técnica que siempre se agradece. El tercer corto presentado en esta sesión, co-dirigido por Emily Icedo y Omar Navarrete es un documental titulado Los descendientes. Este corto centra su atención en la comunidad comca’ac (seri) de Punta Chueca y el interesante caso de la familia Barnett que echó raíces en el territorio y que a lo largo del tiempo ha dejado una huella importante. El corto tiene en su centro la depredación de la comunidad comca’ac en tiempos del porfiriato, y todo aquello que los Barnett y otras familias blancas hicieron para proteger a los naturales del lugar. Así, hay aquí una historia de tiempo, tierra, recuerdos, tradiciones, pérdidas, fundaciones, familias y dinastías, que es fascinante y, además, social e históricamente relevante. En sus primeros tramos, el filme de Icedo y Navarrete parece privilegiar un tratamiento serio y austero de imagen y encuadre, que por desgracia se deteriora a medida que el corto avanza, tanto en lo que se refiere a la fotografía como, de manera importante, al sonido. Es evidente además que a este corto le faltó tiempo en pantalla para contar algo más sobre los Barnett y sus descendientes, y para dar un cierre conclusivo a la narración.
Apenas terminada la proyección, se llevó a cabo la gala vespertina en el Palacio Municipal, protagonizada por el tenor Ernesto Ochoa y el barítono Luis Castillo. En la alternancia de arias de ópera con algunos ensambles, así como con canciones argentinas y mexicanas, todo ello con el acompañamiento pianístico de Héctor Acosta, el barítono demostró una mayor experiencia, mayor aplomo escénico y una técnica vocal más completa que su colega. Quizá, entre otras cosas, porque se trata de repertorio poco usual, brillaron las interpretaciones que hicieron los jóvenes cantantes del Rojo Tango de Pablo Ziegler (Castillo) y Canción del árbol del olvido de Alberto Ginastera (Ochoa).
En la gala nocturna, el Palacio Municipal de Álamos recibió al internacional bajo mexicano Noé Colín quien, con la colaboración del experto pianista Sergio Vázquez, ofreció un programa cien por ciento operístico y de concierto, sin derivaciones forzadas a otros géneros, cubriendo una cronología que arrancó en Mozart y terminó en Massenet, aunque no interpretada en orden de fechas. En lo general, se trató de un recital muy serio (mas no solemne), bien programado, bien balanceado, bien cantado y bien acompañado. Una vez más, se extrañó la presencia del público en mayor número; aquellos que dejaron de venir por no tratarse de un tenor o una soprano se perdieron una velada musical de alto nivel. En lo que se refiere al balance mencionado, Noé Colín eligió cantar una serie de personajes operísticos (y de concierto) alternativamente cómicos (Leporello, Fígaro, Don Basilio, Sancho Panza, Don Magnífico) y serios (Don Quijote, Pizarro, Rodolfo, Procida), lo que aportó una muy interesante variedad a la sesión. Como era lógico esperar, Noé Colín se dio gusto actuando los roles cómicos, y fueron esos momentos los que le valieron una mejor conexión con el público. En este rubro habría que destacar sus interpretaciones de trozos de El barbero de Sevilla y La Cenicienta de Rossini, donde el bajo mexicano logró momentos teatrales muy atractivos, manteniendo siempre la calidad vocal que mostró a lo largo de todo el programa. También es preciso señalar que a la pulcritud y precisión vocal en su versión del aria Riez, allez del Don Quijote de Massenet, Colín supo mantener al casi siempre chusco Sancho Panza en un perfil dramático contenido, muy acorde con el reflexivo texto que canta en esos momentos. Una muestra más del buen tino en la programación de este recital estuvo en el hecho de que las interpretaciones de Noé Colín fuera de programa estuvieron igualmente bien elegidas; sendas piezas de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez (una sobria y evocadora versión de El jinete) y Belisario de Jesús García, interpretadas con seriedad y sin desentonar, a pesar de todo, con el resto del programa. En suma, un bienvenido y muy exitoso recital de piezas para bajo, una oferta poco común en la historia del FAOT. Cabe añadir que en las dos piezas (Chopin, Villa-Lobos) que Sergio Vázquez interpretó al piano lo confirman como un concertista de alto nivel, además de que su labor como acompañante fue impecable esta noche.