Por: Michelle Rivera

Apenas amanecía el jueves 7 de noviembre, y como casi todas las mañana, ya había en su cuenta de Facebook cuatro o cinco publicaciones interesantes, informativas, culturizadoras; una de ellas alusiva al Día del Ferrocarrilero; otra, dedicada al pueblo de Bavispe y otra más, que tenía entre las respuestas, una de Juan Armando Rodríguez Castro, quien horas más tarde sería detenido, acusado de cometer un feminicidio: el suyo.

Raquel Padilla Ramos fue brutalmente asesinada la tarde del pasado jueves en la comunidad de El Sauz, en Ures, Sonora, por quien fuera su pareja en los últimos cinco años.

Raquel era una destacada investigadora social y una historiadora altamente productiva, pero también una activista y luchadora social que en todas sus facetas se distinguió por su trabajo con los yaquis, a favor de ellos y con ellos.

Y tal fue su vehemencia por la etnia que allí se enamoró de quien terminaría siendo su asesino.

La muerte de Raquel Padilla está siendo investigada como feminicidio. Un feminicidio como lo son todos: brutal, artero, despiadado, a manos de quien empuñando un arma “blanca” decidió teñirla de rojo con la sangre de la mujer a la que supuestamente amaba.

Juan Armando “N”, como lo citan por prescripción jurídica los periódicos, pero su “Juanón” para Raquel, ya está detenido. Fue hallado en la misma escena del crimen, la misma tarde, quizás digiriendo su hazaña. La degolló. Sabía lo que hacía, no la hirió en un brazo o en el abdomen, o por accidente en el fragor de una pelea. No, el arma “blanca” la usó en su cuello. Un cuello que seguramente muchas veces besó. El cuello de su “Raquelona” como le decía a veces.

Como todas las paradojas, esta es tan difícil de entender, como al mismo tiempo tan fácil: un hombre yaqui del que Raquel se enamoró en alguno de sus múltiples trabajos de investigación social que realizó a favor de la etnia de sus amores, y por quien lo habría dejado todo, terminó con su vida.

Las razones solo él las sabe, o quizás no; de cualquier forma, son las mismas que privan en todos los feminicidios: su propia incapacidad para entender y procesar las decisiones, los afanes, el trabajo, la pasión, el corazón o la voluntad de una mujer; su impotencia por perder el dominio que creyó tener.

Pareciera inaceptable e imposible de entender que algo así pase con una mujer informada, activa en la lucha por la reivindicación de los pueblos originarios, pero también por los derechos de las mujeres. Pero sucedió.

Sonora ha perdido una mujer productiva y valiosa en el registro de la historia, en la academia, en el debate, a una luchadora social; la etnia yaqui, paradójicamente a manos de un yaqui, han perdido una voz que siempre habló por ellos.

Raquel era profesora-investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Sonora; doctora en Etnología por la Facultad de Humanidades de la Universidad de Hamburgo y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Descanse en Paz.