CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En las primeras líneas de su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Rousseau escribe: “Comencemos, pues, por dejar de lado los hechos”. Con esa frase, dice el filósofo Michel Onfray, Rousseau abrió la puerta al dominio de la pura especulación y de la ideología: si hay que dejar de lado los hechos, lo único que queda para enfrentar la realidad son las hipótesis, las suposiciones y los axiomas. “Esos supuestos pronto se transforman en verdades por la gracia performativa” y de la propaganda de quien detenta el poder: lo que es, no es aquello que es, sino aquello que el hombre de poder enuncia y decide de manera ideológica.
Esta manera de conducirse, que permeó una buena parte del pensamiento de la modernidad, tiene hoy su mayor exponente en México en Andrés Manuel López Obrador y la 4T. Si algo caracteriza su intento de transformar la corrupción del país, no es, por desgracia, el análisis de los hechos que lleva a políticas públicas profundas, sino la suposición, el enunciado que deja de lado el hecho y se constituye en verdad.
La ideología de un México corrompido al que la 4T podría volver a su bondad natural y casi roussoniana supone, en este sentido, la creación de un mexicano cuya figura está encarnada en el hombre que hoy lleva los destinos de la nación.
A lo largo de toda su lucha por llegar a la Presidencia de la República y ahora en ella, AMLO y sus epígonos no han dejado de trazar el retrato de ese mexicano.
Positivamente: vive en la austeridad, es desinteresado, tiene un espíritu transformador, vive enteramente entregado al pueblo, es honesto y valiente. Negativamente: detesta lo diferente, que acusa de conservador; abomina de la belleza que iguala al lujo; desprecia la ciencia y los trabajos artísticos e intelectuales porque son superfluos y nidos de putrefacción; combate, como inquisidor, la corrupción de las costumbres; descarta, en nombre del progreso, el medio ambiente y las culturas indígenas y pueblerinas.
Ese mexicano que se encarna en AMLO transformará –por el hecho de serlo, por mimetismo ideológico– a todos los mexicanos en seres honestos, devueltos a su pureza original que el neoliberalismo corrompió.
Todo aquel que diga que así es y así será, queda inmediatamente transformado. No importa su pasado, no importan sus redes de complicidad, no importan sus hechos, importa la fe en la gracia de aquel que encarna lo que el mexicano debe ser. Pero si alguien, en su percepción, no forma parte de esos supuestos y, para su desgracia, pertenece, además, a un gremio sospechoso de impureza, inmediatamente se le exhibe en la picota pública. No importa si en los hechos ese ser es noble, bueno, valiente, crítico, y sus aportaciones en el orden de la ciencia, la cultura, el pensamiento, la acción, ennoblecen al país y son diques a la barbarie que padecemos. Basta que no encaje en la idea de lo que el mexicano debe ser para que inmediatamente se le exhiba como corrupto, parásito, conservador, fifí, y se le destruya en el imaginario público.
Son muchos los actos que la 4T ha realizado en ese sentido. El más reciente es el que Notimex –la agencia de noticias gubernamental, encabezada por Sanjuana Martínez– hizo con los becarios del Fonca que han recibido cinco o seis veces el apoyo de ese Fondo. A Sanjuana –digna conversa a la idea que la 4T tiene de lo que el mexicano debe ser– no le importaron en este caso los hechos. No le importó que esos artistas, en el orden de sus méritos, hayan tenido y tengan aún el apoyo del Estado para continuar creando y sirviendo al país como lo han hecho hasta ahora; no le importó si legal y legítimamente han tenido y tienen derecho a esos apoyos –no revisó sus trayectorias, sus méritos, sus aportaciones a la cultura, su lucha por mantener vivo el sentido en un país roto por la barbarie y la violencia; ni siquiera parece haber visto o leído sus obras.
Prescindiendo de los hechos, Sanjuana decidió criminalizarlos por haber sido apoyados legal y legítimamente durante 15 y 18 años por el Estado, culpabilizarlos de la ausencia de una supuesta “pluralidad cultural” y exhibirlos en la picota pública de Notimex como parásitos del Pueblo bueno. En ese linchamiento mediático pude escuchar un eco aterrador de las palabras que Millan-Atsray gritó en la Universidad de Salamanca frente a Miguel de Unamuno: “¡Muera la intelectualidad traidora, viva la muerte!”.
Sanjuana parece haber olvidado los verdaderos hechos criminales que antes de volverse directora de Notimex denunció y combatió valientemente –las fosas clandestinas, las redes de complicidad de funcionarios del Estado con el crimen organizado y de funcionarios de la Iglesia con redes pederastas–, para ahora fabricar delincuentes en nombre de la pureza ideológica de la 4T. Ha olvidado su condición de perseguida y defensora de derechos humanos, para convertirse en perseguidora y detractora de quienes desde la cultura defienden la dignidad humana.
Con ello, Sanjuana no sólo encubre la realidad criminal del país, sino que, prescindiendo de los hechos, criminaliza la inteligencia y hace de los artistas parásitos. Son las perversiones ideológicas con las que la 4T pretende transformar el país, perversiones que en los hechos sólo exaltan la violencia, la persecución, la mezquindad y la estupidez.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, y rescatar los cuerpos de las fosas de Jojutla.
Este análisis se publicó el 30 de junio de 2019 en la edición 2226 de la revista Proceso